Somos un grupo de cristianos, sacerdotes y laicos, que vivimos en comunidad fraterna y nos proponemos anunciar a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo el Evangelio de Cristo. Esta comunidad de apóstoles fue fundada por San Pablo de la Cruz (Pablo Danei, 1694-1775) en el año 1720.

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Nuestro fundador vio en la Pasión de Jesucristo “la obra más grande y estupenda del amor divino” y la revelación de la potencia de Dios que destruye el poder del mal con la fuerza de la Resurrección.

Confió a sus seguidores la tarea de anunciar a sus contemporáneos el amor de Dios por cada persona manifestado en la pasión y muerte de Cristo, haciéndose victoriosos en la resurrección.

Con un voto especial, los Pasionistas, nos comprometemos a promover la memoria de la Pasión de Cristo con la palabra y con las obras. Hacemos esto sobre todo cuando predicamos o cuando nos acercamos con nuestro ministerio a los que sufren porque estos son los “crucificados” de hoy.

Otra característica de los Pasionistas es la vida comunitaria. En la fraternidad Pasionista todo se tiene en común y hay un espacio de tiempo dedicado a la oración comunitaria y a la contemplación. Los Pasionistas somos contemplativos en acción, uniendo en modo creativo la contemplación y la actividad pastoral.

Los Pasionistas somos más de dos mil, y estamos presentes en 52 naciones dispersos en los cinco continentes. Como liderazgo tenemos un Superior General elegido cada 6 años, asistido en el gobierno por 4 consejeros representantes de las varias áreas geográficas.

Nuestro actual Superior General es el Padre Ottaviano D’Egidio de Italia.

Primeros años de vida.
Pablo Danei Massari nació en Ovada, Italia, el 3 de enero de 1694; más tarde se trasladó a Castellazzo-Bormida, no lejos de su pueblo natal. Su madre le enseñó a encontrar en la Pasión de Cristo la fuerza para superar las pruebas. Enamorado de Jesús Crucificado desde su infancia, quiso que toda su vida fuera para Él. Estando una vez gravemente enfermo, tuvo una visión del infierno que le dejo muy impactado. Oyendo una vez la predicación de un sacerdote, el Señor le iluminó sobre el amor de Cristo Crucificado: fue el momento que llama su «conversión».

La búsqueda de su vocación.
Hacia 1715-1716, deseoso de servir a Cristo, se presentó en Venecia y se alistó en el ejército. Con mística de cruzado, quería luchar contra los turcos que amenazaban a Europa. La falta de moralidad entre los soldados lo desanimó y mientras adoraba el Santísimo Sacramento un día en una iglesia, comprendió que no era aquella su vocación. Abandonó el camino militar, sirvió algunos meses a una familia y regresó a casa. Aunque un tío sacerdote le dejaba una herencia a condición de que éste se casara, Pablo sin embargo la rechazó.

Hacer memoria del Crucificado
Según un testimonio, una aparición de la Virgen María le permitió conocer el hábito, el emblema y el estilo de vida; todo giraría siempre en torno a Jesús Crucificado. El obispo de Alejandría, Mons. Gattinara, previo el juicio de confesores prudentes, le revistió del hábito de la Pasión el 22 de noviembre de 1720. Pasó 40 días en la sacristía de la iglesia de San Carlos, en Castellazzo.
Sus experiencias y el estado de su espíritu durante aquella “cuarentena” se han conservado con el nombre de “Diario Espiritual”. Esbozó además las Reglas para él y para unos posibles compañeros, quienes se llamarían “Los Pobres de Jesús”. Su hermano Juan Bautista que le visitaba, quiso unírsele, pero Pablo no lo aceptó esa vez.

Concluida la experiencia, el obispo le autorizó a vivir en la ermita de San Esteban, de Castellzzo, y a realizar el apostolado como laico. En el verano de 1721 viajó a Roma, con el deseo de obtener del Papa una audiencia, a fin de explicarle las luces recibidas sobre una futura Congregación. Los oficiales del Quirinal, donde residía el Papa, no le dejaron entrar, creyendo que era un vagabundo.

El primer voto pasionista.
Aceptó la humillación que le configuraba con Jesús Crucificado, y en la basílica de Santa María la Mayor, ante la Virgen “Salus Populi Romani”, hizo un voto de consagrarse a promover la memoria de la Pasión de Jesucristo.

Predicar la Pasión de Cristo.
Iniciaron su apostolado entre pescadores, leñadores, pastores, etc. Se les unieron compañeros, entre ellos su hermano Antonio, y sacerdotes bien preparados. Los obispos recurrían a ellos a fin de pedir que misionaran en los pueblos. Cuando en la zona sé declaró la guerra de los Presidios, Pablo ejercía su ministerio en ambos bandos, y en los dos era bien recibido.

El primer monasterio, dedicado a la Presentación se inauguró en 1737. Pablo presentó en Roma unas Reglas para el instituto naciente. Después de algunas modificaciones, Benedicto XIV las aprobó en 1741.
El Fundador fue contemporáneo de apóstoles como San Leonardo de Puerto Mauricio, al que saludó en una ocasión y San Alfonso María de Ligorio, al que no conoció. Como a ellos, el amor a Jesús Crucificado le impulsaba al servicio apostólico de las misiones. Aunque desde 1747 Pablo fue siempre superior general, no dejó de predicar ni de escribir cartas como director espiritual. El Instituto se encontró con alguna oposición dentro de un sector de la Iglesia, y la fundación de varios monasterios se suspendió hasta que una comisión pontificia dictaminó en favor de los Pasionistas.

Trató siempre de mantener el espíritu de soledad, pobreza y oración, con los consejos y con el ejemplo de su hermano Juan Bautista. Cuando éste murió en 1765, Pablo se sintió como huérfano.

Últimos años de vida.
En 1773 Clemente XIV llevó a los Padres de la Misión a la iglesia de San Andrés del Quirinal, y concedió a Pablo de la Cruz la casa y la basílica que ellos tenían en el Celio la de los Santos Juan y Pablo. En ella, a dos pasos del Coliseo, vivió sus últimos años de vida; allí recibió las visitas de Clemente XIV, en 1774, y de Pío VI en 1775. Y allí falleció unos meses más tarde. Sus reliquias se conservan en la capilla que se inauguró en 1880.

San Pablo de la Cruz es reconocido por la Iglesia como el más grande místico del siglo dieciocho. En el tiempo de la fundación del Instituto el Papa declaró que este es la última Congregación en ser fundada. En realidad tendría que haber sido la primera.

La vocación pasionista
San Pablo de la Cruz reunió compañeros que viviesen en común para anunciar el
Evangelio de Cristo a los hombres.

Desde el principio los llamó “Los Pobres de Jesús”, porque su vida debía fundarse en la pobreza evangélica, tan necesaria para observar los otros consejos evangélicos, para perseverar en la oración y para anunciar continuamente la Palabra de la Cruz. Quiso que los mismos compañeros siguieran un estilo de vida “a la manera de los Apóstoles” y fomentasen un profundo espíritu de oración, de penitencia y de soledad, por el que alcanzasen una unión más íntima con Dios y fuesen testigos de su amor.

Con clara visión de los males de su tiempo, proclamó incansablemente que la Pasión de Jesucristo, “la obra más grande y admirable del divino amor”, es el remedio más eficaz.

La Iglesia, habiendo reconocido la acción del Espíritu Santo en San Pablo de la Cruz, aprobó con su autoridad suprema nuestra Congregación y sus Reglas, para la misión de anunciar el Evangelio de la Pasión con la vida y el apostolado. Esta misión conserva siempre toda su fuerza y validez.

Para actualizarla nos reunimos en comunidades apostólicas y trabajamos para que venga el Reino de Dios. Confiados en la ayuda de Dios, queremos permanecer fieles al espíritu evangélico y al patrimonio del Fundador, a pesar de las limitaciones humanas. Sabiendo que la Pasión de Cristo continúa en este mundo hasta que Él venga en su Gloria, compartimos los gozos y las angustias de la humanidad, que camina hacia el Padre. Deseamos participar en las tribulaciones de los hombres, sobre todo de los pobres y abandonados, confortándolos y ofreciéndoles consuelo en los sufrimientos.

Por el poder de la Cruz, que es sabiduría de Dios, trabajamos con ilusión por iluminar y suprimir las causas de los males que angustian a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Por este motivo, nuestra misión se orienta a evangelizar mediante el ministerio de la Palabra de la Cruz, a fin de que todos puedan conocer a Cristo y el poder de su resurrección, participar de sus sufrimientos y configurarse a Él en su muerte para alcanzar su gloria ( cfr. Filp. 3,10-11 ). Todos participamos en apostolados, cada uno según las posibilidades, las aptitudes y los servicios que le sean encomendados.

Aceptamos las apremiantes exigencias que a cada uno de nosotros nos pide la llamada personal del Padre para seguir a Jesús Crucificado; a saber: esfuerzo continuo para hacer del Evangelio de Cristo norma suprema y criterio de nuestra voluntad constante de vivir y trabajar gozosamente en comunidad fraterna, observando estas Constituciones según el espíritu de San Pablo de Cruz; firme propósito de fomentar en nosotros mismos el espíritu de oración y de enseñar a otros a orar; y además, diligente atención a las necesidades de los hermanos y hermanas para conducirlos a la plenitud de la vocación cristiana por la Palabra de la Cruz.

Nuestra consagración a la Pasión de Jesucristo.
Buscamos la unidad de nuestra vida y de nuestro apostolado en la Pasión de Jesucristo. Ésta revelación del poder de Dios, destruye el poder del mal y edifica el Reino de Dios.

Llamados a tomar parte en la vida y en la misión de Aquel “que se anonadó a sí mismo tomando forma de esclavo” ( Filp. 2,7), en asidua oración contemplamos a Cristo que,

al entregar su vida por nosotros, revela el amor de Dios a los hombres y el camino que también éstos deben seguir para llegar al Padre. Esta contemplación nos hace cada vez más capaces para manifestar su amor y ayudar a los demás, de modo que ofrezcan su vida con Cristo al Padre.

Nuestra participación en la Pasión de Cristo, que ha de ser personal, comunitaria y apostólica, se expresa con un voto especial. Por él nos comprometemos a promover la memoria de la Pasión de Cristo con la palabra y con las obras, a fin de propagar un conocimiento más efectivo de su valor para cada hombre y para la vida del mundo. Por este voto nuestra Congregación ocupa su puesto en la Iglesia y se consagra plenamente a cumplir su misión. A la luz de este vínculo vivimos los consejos evangélicos, obediencia, castidad y pobreza, procurando cumplir el voto en la vida diaria. Así, nuestras comunidades tratan de convertirse en fermento de salvación dentro de la Iglesia y en medio del mundo. Y cada uno de nosotros vive la memoria de la Pasión de Cristo según las exigencias de los tiempos actuales.

Padre Gabriel García Báez
CP Capellán
Colegio Santa Gema Galgani 
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Santiago, Diciembre de 2007.